Abro las cortinas de mi
imaginación. El éter es ruidoso, como los relámpagos que escupe el cielo al
atragantarse con su propia oquedad turquesa, es ruidoso como el viento vibrante
de un suspiro matemático, como los ásperos gritos de los átomos mágicos y sordos.
Ante el macro mundo de las emociones mis pensamientos despiertan extasiados en
su telaraña neuronal esperando el momento oportuno para envenenar, cual
galantes arañas, toda situación repleta de
directrices contrapuestas, de preludios atonales, -de ayeres presentes-
de cantidades nulas. Se fuma mi mente a si misma con placer y con orgullo. Se
infiltran en las cuevas subterráneas de mis deseos, tediosas pasiones
avejentadas por la naturaleza prosaica de la irrealidad. No hay lugar al cual
se llegue arrastrando polvo moral triturado por dientes de la misma boca que
exclamó: moriré porque quiero dejar de beber la vida desde la copa de la
muerte.
Ni siquiera hay un lugar para el
incienso cerebral mundano de la vida no-cotidiana. Los números cantan en los
rincones infinitos del universo, mas sin embargo maúllan rasguñando con sus
decimales felinos, las telas bordadas de las cortinas de mi imaginación.
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